La noche de los zorros de Lou Wild


 

- ¿Truco o trato?

  - Truco, por supuesto. 

         Lo aquí narrado ocurre en una ciudad castellano leonesa cuyo nombre conviene no revelar.

En pleno casco histórico, en un piso alquilado para estudiantes, viven Anabel e Irene. Se diría que no puede haber dos compañeras de piso más distintas, pero eso sería estereotípico...

         Anabel es rubia, de sangre bretona, ojos claros y piel rosa crema. Llegó a la ciudad para estudiar en la universidad, pero medio año después ya se dedicaba a su gran pasión: dibujar. Acaba de conseguir un encargo para ilustrar un libro de cuentos populares.

         Irene es algo más alta y delgada que su compañera, sus ojos rasgados de depredador y su piel acanelada le dan un aura de exotismo que no es solo mera apariencia.

  - Parece mentira que mañana sea ya Noviembre ¡Qué calor! - Irene abandona el baño envuelta en una toalla.

  - Es el termostato, volvió a estropearse - Anabel no levanta la mirada de su tablero de dibujo, la dulce y jugosa boca fruncida en un mohín de concentración.

  - ¿Me visto y salimos?

  - Tengo trabajo.

  - Tía, no seas muermo, es mi primer Halloween / Noche de todos los Santos.

  - No existe la "noche de todos los santos", al menos aquí... Creo - Anabel desvía su vista hacia su compañera de piso - ¿Y qué es eso de tu primera vez?

  - En mi familia hoy se celebra "la noche de los zorros" - Irene deja caer la toalla y pasea, tal y como vino al mundo, por el apartamento, recogiendo prendas de vestir, previamente, desperdigadas.

  - ¿La noche de los zorros? - Irene ha captado toda la atención de Anabel.

  - Es una tradición de mí... familia.

  - ¿Y en qué consiste? 

         Si la boca de Anabel destila dulce ternura, los carnosos y anchos labios de Irene, y la afilada forma que toman al sonreír, rezuman peligrosas travesuras.

  - Si vienes yo misma te lo mostraré.

  - No sé - de repente la mano que estaba esbozando parece moverse ante sus ojos e intentar agarrarla... Un pestañeo después, todo parece haber sido una mala jugada de la mente, pero, por si acaso... - ¡Espera! 

         Anabel sale del apartamento pisándole los talones a Irene. Bajan las viejas y estrechas escaleras de pasamanos de hierro y vertiginoso hueco, la iluminación es pobre debido a la deficiente instalación y a que ya debe hacer décadas que no la remodelan 

  - Menudo momento para estropearse el ascensor -  refunfuña Anabel.

  - ¿Acaso recuerdas alguna ocasión en que haya funcionado más de dos días seguidos? - comenta Irene, la cual se mueve con una agilidad y gracia sorprendentes entre aquellos escalones desgastados y estrechos... ¡Llevando aquellos afilados Stilettos!

  - También es verdad.

         Tras alcanzar el portal, salen a la calle. La gente camina de un lado a otro, sola, en parejas, o en ruidosos grupos, y el aroma de las castañas asadas se une a otros olores menos apetecibles.

  - Vamos por aquí - Irene llevará el timón en aquella "excursión". 

         Pasean junto a la fachada de la catedral, aunque su atención la atrapa el brillo ultravioleta que surge del campanario de una pequeña iglesia situada en otro punto de la pequeña plaza.

  - ¿Y eso? - los ojos de Irene se achicar curiosos.

  - Creo que tiene algo que ver con la misa de difuntos - es la respuesta de Anabel que pugna por apretujarse en el interior de su abrigo - ¿Tú no tienes frío? - mira, entre sorprendida y preocupada, a su amiga.

  - No, estoy bien - Irene no deja de mirar la torre del campanario, su interés parece aumentar conforme más se acercan.

  - ¿No querrás entrar ahí dentro a estas horas?

  - ¿Acaso la Casa del Señor no está las veinticuatro horas del día abierta para sus hijos? - la sonrisa evidencia el dardo envenenado contenido en las palabras.

  - Cierto. 

         Como era de esperar, la pequeña iglesia había echado el cierre.

  - ¿Y si escalamos la torre?

  - ¿Cómo? - la temeridad de Irene no parece conocer límites, piensa Anabel.

  - Será divertido - la sonrisa de Irene reta a Anabel.

  - ¿Ahora? - Anabel se rinde al embrujo de su amiga.

  - No, ahora hay demasiados testigos - reemprende la marcha -. Ven, conozco un lugar donde esperar tranquilas, calientes, y bien alimentadas. 

         ¿Cómo hacía Irene para, dijera lo que dijera, sonar siempre tan provocadora?

         Entran en un bar dividido en dos plantas. La iluminación y decoración van acorde con la fecha: velas para iluminar las penumbras y atrezzo para darle ese toque de casa del terror.

         Se sientan junto a un encapuchado que da pausadas caladas a un cigarro, este, al notar la presencia de las dos jóvenes, deja que la luz de las velas acaricia el interior de su capucha e ilumine su rostro maquillado de tal forma que parece una verdadera calavera.

  - Fumar mata, por eso la Muerte fuma - les dice con una extraña sonrisa. 

         Ante los ojos de la anonadada Anabel, el encapuchado se pone en pie mientras recoge una voluminosa guadaña de aspecto tan realista como ajado.

  - Hasta pronto, señoritas. 

         Anabel espera un minuto antes de decirle a Irene.

  - Que tipo tan raro.

  - Te dije que iba a mostrarte en qué consistía "la noche de los zorros" ¿No? - Irene sonríe de la misma inquietante forma que el chico. 

         << Oh, oh, problemas >>, piensa Anabel.

  - Vaya, vaya, sangre fresca - una chica, tan delgada como Irene pero con la piel un poco más clara, el pelo oscuro y tapándole parte del rostro, pero la misma sonrisa traviesa y provocadora, coloca sus manos sobre los hombros de Anabel pillándola por sorpresa desde la espalda.

  - Hola, Sha - saluda Irene a la recién llegada. 

         La tal Sha se saca un blog de notas del mandil que lleva atado a la cintura.

  - ¿Qué os pongo? - y echándole una mirada picara a Anabel - ¿O tú ya estas servida, Irene?

  - Sha, no te columpies. Estas asustando a mi amiga - pero, Irene no ha dejado de sonreír -. Ponnos dos vodkas con naranja.

  - Marchando. 

         La camarera se pierde en la penumbra.

  - Menudas amigos tienes - comenta Anabel.

  - Sha es mi prima.

  - ¡Ups! Perdón - Anabel se siente una bocazas -. No sabía que tuvieras familia aquí.

  - Tranquila -  y de algún modo algo en la sonrisa de Irene consigue ese propósito de relajarla -. Sospecho que mi familia la envió con el propósito de tenerme controlada... No contaron con que Sha es aún más cabra loca que yo.

  - ¿Conocías también al chico de la guadaña? - la curiosidad de Anabel necesita ser alimentada.

  - Tardaría menos diciéndote a quien no conozco en este bar.

  - Vaya - exclama, Anabel, claramente impresionada - ¿Cuándo me vas a explicar que es eso de "la noche de los zorros".

  - No es algo que se explique con palabras. Debes verlo y vivirlo por ti misma.

  - Dos vodkas con naranja para las señoritas - Sha vuelve a irrumpir, como un elefante en una cacharrería, en medio de la conversación.

  - ¿Cuánto vamos a estar aquí? - Anabel deja claro que no está cómoda en aquel bar.

  - Paciencia y relax, joven padawan - Irene se bebe media copa de un tramo.  

          "I Can't Dance" de Génesis comienza a sonar por cada rincón del lugar, entre los halos de luz creados por la luz de las velas cuerpos femeninos y masculinos se contonean al ritmo hipnótico de la canción. La atmósfera es tan febril como oníricamente erótica.

  - ¿Bailamos? - Irene se ha puesto en pie e invita a su amiga a soltarse el pelo.

  - Eh... No - Anabel se siente tan acalorada que sin darse cuenta se bebe de un trago el contenido de la copa -... Creo que prefiero mirar.

  - Ay, pillina - Irene la dedica una sonrisa antes de perderse entre los cuerpos y la penumbra. 

         Anabel se cubre el rostro con las manos e intenta volver a recuperar el control sobre su respiración. Algo en aquel lugar inquieta su alma, y sobresalta a su espíritu.

  - Tengo que salir de aquí - se pone en pie como impulsada por un resorte, y, sin avisar a Irene, se encamina hasta donde ella cree que está la salida. 

         Los cuerpos parecen surgir de todos lados, zarandeándola, apretándola, intentando engullirla como unas fauces de cientos, quizá miles, de encías carentes de dientes...

        ... Cuando, finalmente, su mano alcanza el pomo de la puerta, apenas la queda aire en el cuerpo. Con las pocas fuerzas que la quedan empuja la puerta hacia fuera. Entonces:

  - ¡No! 

         Frente a ella, en un corredor tan largo y estrecho como bien iluminado, están Irene, Sha, y otras personas a las que Anabel apenas había vislumbrado en el interior del bar. Todos sonríen de aquella manera inquietante y afilada.

  - Acéptalo, Anabel, eres la gallina en la madriguera - le dice, Irene, justo antes de que las luces se apaguen y de comienzo la verdadera fiesta. 


©Lou Wild

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