La pequeña marioneta se despide del público levantado su mano
derecha. Los niños la aplauden y ella sonríe con su eterna sonrisa pintada en
su carita de trapo. Se acaba la función y junto a sus compañeros es guardada
con esmero en la caja donde se enredan sus hilos con los palillos. Pero hoy
Marieta, así la han bautizado en su última representación, quiere volar, se ha
cansado de estar unida a sus hilos, de que sean otras manos las que mueven las
suyas, de vivir aventuras que no le pertenecen. Se estira todo lo que puede,
arrastrando tras de sí el lastre de cuerdas y maderas, desoye las voces de sus compañeros, a veces amigos, otras enemigos y trepa por la caja
pisando la cabeza de algunos de ellos, es imposible apreciarlos cuando nunca
son iguales, incluso ella ha sido una bruja que les pegaba, entonces les
odiaba, ¿por qué iba a importarle dejarles ahora?
Una vez en libertad mira desorientada la habitación en la que
se encuentra, ¡qué hermoso y qué grande es el mundo real! Camina despacito
hasta que algo tira de ella y cae sobre su trasero de cartón. “Ay” se queja, y
se frota el sitio dolorido. Vuelve sobre sus pasos y después de sudores y
sudores, consigue liberar sus palillos del borde interno de la caja y caen
sobre su cabeza lastimándola una vez más. “¡Ay, ay!”, pero su hermosa carita
mantiene la sonrisa. Andar arrastrando ese peso es cansado, así que cuando ve
unas tijeras no lo duda y corta sus ataduras. ¡Ahora es libre! Dibuja unos
pasos de baile, esos que tan bien sabe hacer. Su faldita de vuelo se mece al
compás.
Sale de puntillas a la calle, aún es de día y sol calienta la
tarde. Respira llenado sus pulmones de algodón de libertad. Sonríe al mundo, a
la tarde, al viento, a los pájaros volando y a los que picotean las migajas en
la acera y se mueve rápido y feliz con cortos pasitos de muñeca.
Es difícil caminar entre los pies de las personas que no la
miran. Solo una niña la señala con el dedo desde su sillita de paseo, pero es
ignorada por su madre y Marieta tiene que saltar para no ser arrollada. Aun así
es feliz.
La noche llega y con ella las estrellas, también los grillos
alegran con su dulce sinfonía la oscuridad y la pequeña marioneta siente que la
felicidad es ahora su compañera.
Los días pasan y la soledad es cada vez más notable, en su
caminar perdió el rumbo, no sabe dónde está su caseta de teatrillo. Añora a sus
amigos, porque ahora los considera así. Su vestido se ha rasgado y su carita
está sucia, hasta su eterna sonrisa está deslucida.
Vaga solitaria por las calles, sus piernas se cansan y no
tiene más remedio que sentarse bajo un árbol, se recuesta en su tronco y recoge
sus piernas contra el pecho. abrazándolas con fuerza, deja caer su cabeza en
las rodillas y llora, sin que su rostro cambie de expresión, sin que una
lágrima limpie la suciedad de la tela que un día fue sonrosada y hoy luce gris.
De pronto, un jolgorio la obliga a mirar al frente, allí está su casa, el
teatro de títeres representa su función. Corre todo lo rápido que le permiten
sus piernas de trapo. Al llegar y abrirse paso entre los infantes se encuentra
con una nueva Marieta, más bonita, más rubia, con unos delicados colores en sus
mejillas y una sonrisa perfecta. Sus compañeros si la reconocen no le dicen
nada. A fin de cuentas, ella muchas veces, fue enemiga...
Autor:Klara Klara
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