Con el permiso de las escritoras compartimos su nuevo proyecto en este espacio.
Autoras Katy Molina y Lourdes Tello
El Salto de un Ángel - 2ª entrega
Todo empezó cuando Samuel conoció a aquella extraña chica
en el supermercado de la plaza. En un principio él creyó que se trataba de una
turista, pero atraído por su aspecto se acercó con el fin de conocerla y
entablar una conversación. Era un chico muy distendido y abierto al que le
gustaba tratar y conocer a diferentes tipos de personas y ella suponía todo un
misterio en una población tan reducida como la de Santillana del Mar.
Menuda y bastante delgada, Raquel trataba de pasar
desapercibida dentro de su masculina camisa de franela y vaqueros desgastados.
Tenía diecisiete años, la misma edad que Samuel, pero a diferencia de él su
rostro era lánguido y cenizo, su mirada aceitunada, hablaba de diversos
secretos y vivencias por descubrir ocultas tras la espesa cortina de su lacio
cabello color café. Este no tardó en caer prendado de los misterios que
envolvían a la joven.
Su familia terminaba de mudarse al pueblo, habían adquirido
la casa del antiguo boticario a las afueras, en la calle santillana, lindando
casi con el nuevo camping. Samuel pareció encapricharse más de la cuenta con
ella y como era de esperar ella no rehusó su amistad.
—¿Sabes? Santillana del Mar se le conoce por las tres
mentiras, porque ni es santa, ni es llana, ni tiene mar—. Sonrió Samuel, busca
lo mismo en la cara de Raquel—. Hola, me llamo Samuel.
Como era de esperar Raquel se matriculó en el mismo instituto.
Elena recordaba vivamente aquel comienzo de curso como complicado. Pese a que
Santillana era un lugar muy conocido y turístico, acostumbrados a recibir con
las manos abiertas en las puertas de sus hogares a todo tipo de personajes,
aceptar la llegada de un desconocido de forma permanente era harina de otro
costal. Cuando Samuel comprobó el rechazo del pueblo hacia la familia de
Raquel, fue el momento en el que él comenzó a cambiar, no solo su manera de ser
o vestir también su manera de ver la vida.
En Santillana del mar poco se conocía de ellos y el cómo se
ganaban la vida, era otro misterio que pretendiéndolo o no suscitaba gran
curiosidad en el pueblo. Del padre de Raquel, Javier Castro, un hombre alto,
moreno con gafas y aspecto distante, se decía que era escritor, de su madre una
bella mujer de pelo azabache y de verde mirada penetrante, Lucía, ama de casa.
Las malas lenguas decían que en las noches sin luna se les había escuchado
adorando a Belcebú, algunos afirmaban que Diego era un nigromante capaz de
someter a los peores espíritus a su voluntad y de su mujer, Lucía, que era una
pérfida bruja capaz de transformarse en un hermoso gato negro, incluso, alguno
aseguraba haber presenciado tal transformación y visto a dicho gato adentrarse
en las casas para posarse sobre los cuerpos de sus habitantes mientras dormían,
con el fin de alimentarse de su espíritu.
Si a ello sumamos a la cuantía de personas que recibían a
cualquier hora en su siniestro hogar, que de manera sombría se iban de misma
manera que llegaban, metidos en sus vehículos con las ventanillas tintadas
subidas sin mezclarse con nadie que no fuera la familia. Resulta sencillo
llegar a entender el poco aprecio que la familia de la joven suscitaba en el
pueblo.
Elena paseaba desde lo alto del campanario intentando
resolver las lagunas del crimen de su hermano. Eso era lo que ella creía,
porque en realidad nunca hubo investigación. Todo se quedó en el aire y fue su
padre, Ángel, quien decidió no llevar el caso más allá. Él fue quien dijo que su
hijo había saltado desde lo alto de la Colegiata queriendo y siendo consciente
de todo. Mencionó que Samuel estaba pasando por una depresión y que no tenía ni
idea del origen de esta. El caso se cerró dejando demasiados misterios sin
resolver. Tomó una decisión, buscar al agente de la guardia civil que se ocupó
del caso y reabrirlo, necesitaba saber la verdad de aquella noche fatídica.
Ahora era la dueña del apellido Iturralde y la única superviviente de su
familia y herencia.
Regresó a la casa a comunicarle a su tía Carmen la decisión
que había tomado y quería su apoyo y aprobación. Abrir viejas heridas traía
consigo mucho dolor enterrado, necesitaba de un familiar que la levantase en
sus horas más bajas.
Era medianoche y las calles estaban silenciosas y oscuras,
llegó al patio trasero donde un limonero la recibía cargado de limones, sonrió
al recordar las tardes de primavera que pasaba con su hermano leyendo los
cómics de Ibáñez bajo aquel árbol. Dio unos cuantos pasos y tropezó con algo
que la hizo precipitarse al suelo, al principio pensó que había sido alguna
rama, pero no fue así. Medio enterrado en el suelo había un frasco de arsénico,
se acordó de las novelas de Agatha Christie y de cuantos asesinos habían
utilizado esa sustancia para matar poco a poco a sus víctimas. Elena no supo
qué pensar, pero desde que había regresado al hogar familiar todo estaba siendo
un tanto extraño, era como si el pasado regresara.
De momento, no le contaría nada a su tía y guardaría el
frasco hasta esclarecer varios puntos. Se lo guardó en el bolsillo del pantalón
y siguió caminando, pero se detuvo al sentir en la nuca un aire helador que le
puso el vello de punta. Se giró intuyendo que a su espalda había alguien
observándola, todo pasó a cámara lenta como en un sueño. Su padre, el cual
llevaba catorce años desaparecido, sin dar señales de vida, estaba junto al
limonero con la ropa llena de tierra y un hacha clavada en un lateral de la
cabeza. Elena abrió mucho los ojos por la impresión y gritó cerrándolos y, a la
misma vez, alertando a su tía que descansaba plácidamente en su dormitorio.
—¡Elena!—Carmen salió al patio en camisón y se encontró a
su sobrina petrificada en el suelo mirando al limonero— cariño, ¿qué sucede?
Esta la miró temblando queriendo decirle la verdad, pero
algo dentro de su ser se lo impedía. Si abría la boca su tía pensaría que tenía
visiones a causa del estrés y del sufrimiento, nunca había creído en fantasmas.
Pero ella sabía a ciencia cierta que lo que había visto no era producto de su
imaginación. Ayudada por su tía, se levantó del suelo y se sacudió la ropa,
miró de reojo al árbol y comprobó que el fantasma de su padre había
desaparecido..
—Siento haberte despertado, tía, me asusté al ver a un gato
negro salir de la nada. Perdona si te molesté—se disculpó quitando hierro al
asunto.
—Tranquila, no pasa nada, esos animales son unos hijos de
Satanás—. Se cogió del brazo de su sobrina y entraron a la casa.
Elena tenía pensado buscar a la mañana siguiente al agente
de la Guardia Civil e intentar descubrir el sentido de aquella aparición junto
al arsénico, los misterios se le acumulaban. Aquella noche apenas pudo dormir,
las pesadillas no la dejaban.
Se levantó temprano para preparar el desayuno a su tía y a
su madre, Carmen estaba muy mayor y la mujer no podía con todo, los achaques de
la edad le estaban pasando factura, aunque era una mujer con mucha vitalidad.
La vio entrar a la cocina con los rulos todavía puestos, se
saludaron con una sonrisa y se sentó a la mesa esperando aquel delicioso
desayuno. En ese momento el teléfono fijo sonó, Carmen lo cogió y Elena observó
como la cara se le iba descomponiendo por minutos. Una vez que colgó se acercó
para atender a su tía, se había quedado blanca como la pared.
—¿Qué ocurre? ¿Se ha muerto algún vecino?
—Han encontrado a tu padre —soltó de pronto —Hace dos
meses, alquilé las tierras de Ángel a un agricultor para que las aprovechase y
así sacarle partido, estaban abandonadas.
—¿Qué tiene eso que ver con mi padre?— Elena tenía los
nervios crispados.
—Su perro ha descubierto un cadáver enterrado en la tierra,
la Guardia Civil viene hacia aquí. Saben que es Ángel porque llevaba la
documentación encima, pero querida, prepárate porque te harán ir a reconocer el
cadáver y a hacerte una prueba de sangre para verificar que es tu padre.
—No se fue, lo mataron...
Continuará………
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