El
Salto de un Ángel - 6ª entrega
Durante
el trayecto a casa, Elena observó el rostro de Taboada, era un hombre maduro
muy atractivo, de complexión fuerte, su piel le recordaba al caramelo que
acentuaban esos ojos color miel, la incipiente barba con el cabello negro y
corto, le hacía parecer un hombre interesante.
Llegaron
a casa y Carmen bajó del coche sin decir nada, anduvo como un zombie trastocada
todavía por la pérdida. En cambio, Elena no se movió, su tez blanca se
iluminaba por aquella luna llena que se alzaba majestuosa en el cielo
estrellado de Santillana del Mar. Taboada miró su largo cabello rubio y lleno
de vida, era una sirena en medio de un mar de lobos. Su belleza clásica le
atraía tanto como el vino, pero no debía dejarse llevar por sus instintos más
bajos. Se dio cuenta de que la joven se había quedado inmóvil mirando al
frente, a la nada. Siguió su dirección y no vio nada de qué preocuparse.
Decidió intervenir.
—Señorita
Iturralde, debería entrar en casa, es tarde.
—¿Le
parezco atractiva?—Preguntó de repente Elena sorprendiendo al inspector.
—Creo
que será mejor que entre en casa…
—No—contestó
interrumpiéndolo—todavía no.
Elena
lo miró directamente con sus ojos azules y grandes atrapándolo en su mirada, se
quitó el cinturón de seguridad y acercó su cara a un palmo de la de él. Sus
labios apenas se rozaron, pero sus alientos se entremezclaron por el vaho del
frío. Ella cerró los ojos y atrapó el labio inferior del inspector, lo besó
despacio, probando su sabor sin prisas. Taboada se dejó seducir y la situación
se descontroló un poco, sus bocas se besaron salvajes, parecían dos imanes que
no se podían despegar. Ella agarró su mano y la llevó ansiosa a su sexo, por
dentro del pantalón, reclamando lo que quería en ese momento.
Él le acarició
excitándola y ella cabalgó su mano con un movimiento de cadera suave. Elena no
paraba de enredar su lengua con la de él, sintiendo el placer recorrer el vello
de su cuerpo hasta que se formó un hormigueo en el vientre y se dejó ir entre
espasmos. El orgasmo llegó a su boca en gemidos que Taboada absorbió en la suya
presa del gozo.
Elena,
agitada, intentó recuperar el aliento apoyando la frente en la de él, el pecho
subía y bajaba. Entonces, en ese preciso instante, fue consciente de lo
sucedido. Ruborizada por su descaro y ligereza, salió del coche precipitada sin
decir ni adiós. El inspector la dejó marchar, sabía que estaba confusa,
demasiadas emociones fuertes en un solo día. Arrancó, no sin antes chupar sus
dedos para probar el sabor de Elena.
Agobiado
por lo ocurrido, Taboada paró en la taberna de Goyu, un antiguo compañero del colegio
necesitaba un buen consejero y no se le ocurría nadie mejor a quién acudir.
Sabía que él no le temía, nunca lo había hecho, si alguien era capaz de
llamarle estúpido con o sin justificación ese sin lugar a dudas era Goyu.
Taboada se encontraba entre la espada y la pared, el recuerdo de Elena en su
coche nublaba por completo el análisis de la investigación y su aroma, aun
reflejado en sus manos lo excitaba, provocando que lo único que pudiese pensar
fuese en poseerla nuevamente en lugar de centrarse en la muerte de Manuela.
—Si no
has venido a multarme...Ha tenido que suceder algo muy gordo para que estés
aquí en horas de servicio—dijo Goyu al ver entrar a Taboada en su local—. Ven
siéntate ¿Qué te pongo?
—Un
café, estoy de servicio, pero necesitaba hablar contigo. Me he metido en un
buen lío.
—Dime,
no tendrá algo que ver con la mujer del otro día ¿cierto? te dije que te
alejases de ella Iyán— recriminó Goyu.
—Lo
sé. Pero no ahora no hay marcha atrás he tenido algo con ella y no puedo
quitármelo de la cabeza. Creo que no tendré más remedio que dejar el caso.
—¿A ti
qué te pasa? Te avisé que sucedería algo así. Llevas esperando mucho tiempo que
te den un caso que te ofrezca la posibilidad de ascender y cuando por fin
llega, la cagas ¿Acaso no había más mujeres?
pared,
el recuerdo de Elena en su coche nublaba por completo el análisis de la
investigación y su aroma, aun reflejado en sus manos lo excitaba, provocando
que lo único que pudiese pensar fuese en poseerla nuevamente en lugar de
centrarse en la muerte de Manuela.
—Si no
has venido a multarme...Ha tenido que suceder algo muy gordo para que estés
aquí en horas de servicio—dijo Goyu al ver entrar a Taboada en su local—. Ven
siéntate ¿Qué te pongo?
—Un
café, estoy de servicio, pero necesitaba hablar contigo. Me he metido en un
buen lio.
—Dime,
no tendrá algo que ver con la mujer del otro día ¿cierto? te dije que te
alejases de ella Iyán— recriminó Goyu.
—Lo
sé. Pero no ahora no hay marcha atrás he tenido algo con ella y no puedo
quitármelo de la cabeza. Creo que no tendré más remedio que dejar el caso.
—¿Tu
eres gilipollas? Te avisé que sucedería algo así. Llevas esperando mucho tiempo
que te den un caso que te ofrezca la posibilidad de ascender y cuando por fin
llega, la cagas ¿Acaso no había más mujeres?
—Lo
sé, ¿sabes? he cambiado de opinión ponme una copa. Por hoy ha terminado mi
servicio.
Goyu
cogió una botella de Johnnie Walker y le sirvió una copa a su amigo.
—Sé en
lo que estás pensando y ni se te ocurra. Olvídate de lo que ha sucedido con esa
mujer y sigue con la investigación. Iyan no quiero que me oigas, ¡quiero que me
escuches!
—Lo
hago Goyu, siempre lo hago, ahora debo marcharme. Hablamos luego.
—No
hagas más chorradas—increpó el tabernero antes de que Taboada saliera del
local—. Sabes que es difícil que se presente otra oportunidad como esta.
El
inspector dejó que la puerta de la taberna se cerrara tras él, sabía que Goyu
tenía razón. Trataría de dejar de mantener en un segundo plano las exigencias
de su pene e intentaría manejar el asunto con la cabeza. Elena era una posible
sospechosa y él, el inspector que llevaba el caso.
—Tía,
¿tía donde estas?—Indagó Elena al entrar en la vieja casa.
Asustada
por las sombras que se dibujaban a lo largo de las paredes, Elena entró en el
salón buscando a Carmen, allí no estaba y la cocina estaba muerta, salvo por la
tetera que esperaba calentándose a fuego lento. Sin intención de subir al
primer piso, se acercó a la escalera donde sujetándose en la barandilla se
inclinó para tratar de ver algo en el piso superior —¡Carmen!, me estas
asustando— Nadie contestó. Sin querer pensar en el fantasma de su padre, en el
que ahora creía sin dudar, Elena comenzó a subir los escalones intentado
convencerse que su padre nunca le haría daño, ¿por qué habría de hacérselo?
ella no había sido la culpable de su muerte.
La
casa estaba en silencio salvo por el crujir molesto que emitían los escalones
de madera al recibir su peso sobre ellos, nada se movía ni tan siquiera las
cortinas osaban oscilar por la corriente que se filtraba a través de las viejas
ventanas de la vivienda —¿Tia te encuentras bien, estás arriba?— Aterrada,
prosiguió subiendo hasta llegar a la planta, todas las habitaciones estaban
cerradas salvo la de su madre.
Elena
continuó andando sin hablar tenía demasiado miedo y respeto a la situación como
para avisar a lo que fuera que habitase la casa de su presencia. La puerta del
dormitorio estaba entreabierta, sin atisbo de valentía, Elena sujeto el pomo de
la puerta para evitar que esta se abriese o emitiese sonido alguno al asomarse
por la pequeña abertura, sin respirar, por miedo a ser descubierta, Elena por
la pequeña abertura. En la habitación tampoco se veía a nadie, ninguna sombra
que delatase la presencia de su tía.
—¡Piiiii!—
la asustó el sonido de la tetera junto cuando la puerta se abrió de improviso
desde dentro desvelando al cara enloquecida de Carmen en el interior de la
habitación.
—¡Aaah!—Gritó
Elena bajando las escaleras a toda prisa como si la persiguiera el mismísimo
diablo.
En la
calle, a la vista de todo el mundo, Elena lloraba histérica sin que le
importase quien la pudiera estar observándola. Estaba demasiado ocupada en
recuperar el aliento y buscar el camino por el que reconducir su mente a la
cordura, mientras se preguntaba ¿qué hacía Carmen en la habitación de su madre
en tal estado? Ellas estaban muy unidas, ahora temía que la mujer cayera
enferma por la nueva muerte.
La
mala suerte se cernió sobre su familia con la muerte de Samuel y no les había
abandonado, pero la realidad la obligaba a ser fuerte. En el interior de la
casa estaba Carmen, la mujer que había sacrificado su vida para atender a su
madre enferma, sola y desorientada. Retirando las lágrimas de su rostro, Elena
se irguió dispuesta a entrar nuevamente en la casa, era momento de tomar las
riendas de la familia dejando a un lado sus miedos y fantasmas.
Con la
mano en el picaporte de la puerta el recuerdo del inspector voló silbante por
su mente, rememorando el placentero toque de la mano del hombre tocándola
posesivo y ardiente instantes antes al suceso. Deseando que él estuviese en ese
momento a su lado protegiéndola de lo que pudiese encontrar en el interior de
la vieja casa de la calle Carrera.
Continuará ..
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