El
Salto de un Ángel - 7ª entrega
Elena
regresó al Interior de la casona, y dispuesta a volver a la habitación de su
madre, se paró en seco en el quicio de la puerta de la cocina al ver a su tía
Carmen sirviéndose un té.
—Tía…
—dijo sorprendida—pero… tú…
—¿Te
encuentras bien? —preguntó Carmen.
—Yo…
¿Qué haces aquí?
—Preparando
un té, ¿te apetece uno?
—Te he
visto hace un momento en la habitación de madre y… —no sabía cómo explicarlo.
—No,
cariño. Estaba en el jardín recogiendo hierba buena—le enseñó una canastita
repleta.
La
joven se quedó atónita, no llegaba a entender nada. Si no encontraba respuestas
pronto se volvería loca. Decidió coger el coche y perderse por los parajes de
la comarca, pero justo cuando iba a cogerlo vio a Josefina, una vecina del
pueblo que tenía un taller de artesanía. Era muy conocida en el pueblo por
echar las cartas del Tarot. Dudó por un instante, pero al final cerró la puerta
del coche y la siguió hasta la tienda.
Al
principio, se hizo la loca mirando las tazas de barro con el sello de
Santillana del Mar, un recuerdo típico para los turistas. No sabía qué palabras
utilizar para entablar conversación sobre el Tarot, pero no hizo falta porque
Josefina lo adivinó.
—No es
necesario disimular, sé porque me estas observando, los rodeos no son
necesarios, conozco la fama que me preceden en el pueblo—. Dijo Josefina
aproximándose a Elena llevando un portavelas de alabastro en la mano—. Como
todos, precisas respuestas de mi tarot ¿me equivoco?
Elena
asintió mirando fijamente los ojos marrones que su ocultaban tras las grandes
gafas graduadas de la mujer que la observaba con atención, como si quisiera
leer en su interior. Josefina vestía con vaqueros y camiseta, nada en su
vestimenta resaltaba, pero todo en ella la hacía diferente. Elena se negó a
recular, desde su regreso al pueblo todo lo que le rodeaba era extraño o
tenebroso.
—Sí—contestó,
no merecía la pena ni tenía sentido ocultar la verdad, la había seguido con ese
fin—. Me gustaría.
—Acompáñame,
cerraré la tienda, mejor vamos a mi casa, si no te da vergüenza que te vean en
mi compañía—apagó las luces y salieron juntas por la puerta.
Apenas
tardaron diez minutos en llegar desde la calle Mayor hasta la calle del Rio
donde vivía Josefina, quien al llegar a la fuente, dobló a mano derecha sacando
las llaves del portón del pantalón. Su casa en apariencia normal, guardaba
sintonía con las demás,con fachada de piedra y un pequeño balcón de madera
protegía la estética del pueblo. Pero el interior desvelaba el oscuro oficio de
su dueña, paredes adornadas de esoterismo y misterio. Elena sobresaltada por el
enorme cactus que se encontraba en el recibidor, dio un respingo pensando que
se trataba de un espantapájaros o algo peor, iluminado por los rayos del sol
que recibía del ventanal del salón parecía querer proteger el hogar de visitas
no deseadas.
Josefina
se adelantó invitándola a entrar en el salón, impregnado de aroma a incienso.
—Toma
asiento—dijo incitando a Elena a tomar asiento en una de las sillas que había
en la mesa redonda de la estancia—.Tengo que ir a buscar unas cosas antes de
empezar, ¿deseas tomar algo? —preguntó mientras Elena tomaba asiento en el
lugar.
Sentada
frente a un enorme candelabro de bronce de siete bocas, comenzó a ponerse
nerviosa, ¿qué pretendía habiendo llegado hasta ahí? ¿Acaso pensaba que esa
mujer podía desvelar los motivos de la muerte de su familia? Llamando a su
cordura, Elena comenzó a dudar de su decisión, pero ya era tarde, Josefina
entraba en el salón llevando en sus manos una caja antigua de madera de roble.
—Creo
que no debí venir, siento haberte importunado—trató de decir Elena levantándose
para marcharse.
—Ellos
quieren decirte algo, si te marchas nunca sabrás por qué te persiguen sus
espíritus y lo que es peor no se podrán marchar. Necesitan que les ayudes,
piden justicia y tú eres la unica que puedes ayudarlos.
Elena,
asustada, no respondió, sintiendo miedo hasta de respirar regresó a la silla,
no deseaba derrumbarse delante de aquella extraña mujer ni demostrar que había
acertado en su suposición al pensar que ella creía ver fantasmas.
…….
—Están
aquí...—susurró Josefina.
Elena
miró en los rincones más oscuros de la estancia muerta de miedo, pero no había
nadie. Fijó la vista en la bruja, esta tenía los ojos en blanco y muy abiertos
como los de Carmen en la habitación de su madre, parecía estar poseída. Intentó
articular palabra, pero estas se negaban a salir cuando sintió un frío helador
por todo el cuerpo.
—Oiga…
¡Ah! —gritó en el momento en que la bruja en trance le cogió por las muñecas y
empezó a hablar como si tuviera la voz hueca.
—Donde
mora la muerte de tu familia encontrás respuestas… — Josefina se desplomó
encima de la mesa.
Elena
salió corriendo de la casa de la bruja, estaba asustada y confusa. En su cabeza
solo había una frase “donde mora la muerte de tu familia encontrarás respuestas”.
Se detuvo en seco en mitad de la calle y una idea se formó en su mente, solo
había un lugar para comprender el enigma, el cementerio.
Continuará…...
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