Hoy el ángel de fuego dormita. Está cansada. Solo quiere
cerrar los ojos y que pase el tiempo. No tiene fuerzas para más. Se acurruca en
el calor del fuego y entorna los ojos. Llama a sus súbditos y besa su frente.
Los envuelve amorosa en sus brazos calmados y les invita a soñar los oscuros
sueños del averno.
Les contempla y exige su protección, igual que ella les
protege. La debilidad es mala, pero, a veces es tan difícil escapar de ella.
Siente que muere. Sonríe. Se deja embargar por la calma que esa idea le
produce. Quizá ahora ella también pueda soñar. Ni siquiera puede maldecir, ni
escupir. No se lamenta, la autocompasión no es lo suyo. En todo caso se
flagelaría como hace habitualmente con los demás, pero no hace nada, se
mantiene lánguida en la ardiente cama y ni siquiera siente calor. Está enferma.
Un ser inmortal enfermo. Sonríe triste ante esa idea.
Cierra los ojos, débil y se deja arrastrar a su infierno de
tormentos. Abraza el dolor y el castigo eterno. Se complace con el sufrimiento.
Abre delicadamente sus alas. Las miras extasiadas el fuego se apaga, solo
quedan ascuas ardientes para volver a crear incendios cuando esté recuperada.
Ahora cierra los ojos y duerme.
La lluvia cae, abre los ojos y llora. Las lágrimas se
funden con las gotas del cielo. El fuego se apaga. Las ascuas se transforman en
cenizas y las cenizas en barro gris, viscoso y sucio. El descanso no es
consuelo, es muerte. Podría luchar y rebelarse, como tantas veces, pero no
quiere. Está cansada de luchar, de matar, de alimentar su alma con almas
vacías. Se regodea en su dolor, como tantas veces hizo con el dolor ajeno. Pero
este es mejor. Porque lo siente, es suyo, no se lo ha arrebatado a nadie y
nadie podrá quitárselo. Es su posesión más preciada. No maldice, está maldita
desde tiempos inmemoriales.
Su eterna tortura se apodera de ella, es su
destino, su esencia, su ser. Dejó de ser un ángel de fuego para convertirse en
la mujer desvalida, así que ese será su castigo. Morirá y renacerá para alimentarse
de su desgracia. En otro momento hubiera reído, al menos sonreído, pero ya no.
La inmortalidad se le hace cruel. Prefiere morir envuelta en el dolor desgarraste,
en la tristeza y la melancolía. Tantas almas vacías, secaron la suya. No hay
nada por lo que luchar. Las lágrimas caen pesadas y plomizas sobre su lecho de
fuego. Sus súbditos huyen aterrorizados ante esa visión. Perdidos sin un guía
crean el caos y veneran a su ama vencida. La que les enseñó lo que saben y la
que ahora les abandona. Sus gemidos aterran el mundo mortal. Buscan algo con lo
que alimentar a su señora. Tal vez los inocentes espíritus de los niños la
complazcan. Escarban y destrozan. Matan y arrasan. Incendian lo que su reina
apaga y la maldicen, se lanzan contra ella y la devoran. Hambrientos, salvajes,
abandonados.
Se lamentan de ella. La zarandean y golpean esperando que
reaccione, que sea su reina la que les desuelle, la que les arranque la piel a
jirones. Pero no consiguen nada. Dolor y dolor. Llantos a los que no están acostumbrados,
claman a los más altos diablos, bajan al infierno y arrastran a los demonios
ante la dama oscura. Les exigen que le devuelvan el fuego apagado. No pueden
hacer más. Los malditos la contemplan y no la reconocen, ese cuerpo mutilado,
mordido y desangrado, no pertenece a su hermana.
La levantan con cuidado para no dañar más sus apagadas
alas. Sienten que han fallado. Entonces sonríe y su sonrisa es dulce. La
sueltan asqueados, y la dejan caer al suelo, las alas se quiebran, pero no se
queja, aguanta el sufrimiento de saber que jamás sobrevolará el cielo. Se
arrastrará por el suelo, creando el asco a su paso. Su deplorable imagen será
observada desde el vacío. Se hunde en su fango, ensucia su cuerpo.
Su rostro, una vez hermoso se convierte en el reflejo del
mundo al que ya no tiene sentido castigar. Pues su castigo se crea día tras
día, sin necesidad de ella, de nadie. Todos pagarán sus pecados. Incluso el
ángel herido paga por ello. Sin nadie a quien proteger, a quien cuidar, a quien
maltratar o torturar. Sin nadie que la proteja, maltrate ni torture; el olvido
será su peor condena.
Relato escrito por:
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