La huella del dolor

 

Camino lentamente por la avenida. No solo es el dolor físico el que me obliga hacerlo, es el de mi alma el que me impide, también, avanzar más rápido. No sé si realmente quiero llegar al destino, a mi casa, a mi hogar, a la seguridad y a la humillación de tener que volver a contar lo ocurrido. No lloro. No tengo fuerzas. Me tambaleo en mi caminar, mi cerebro obliga a mis piernas a moverse: derecha primero, después izquierda. Si me concentro en ello no pienso en nada más. Pero no, el pensamiento se aleja de los pasos y vuelve una y otra vez a la noche anterior.

El sol de la madrugada debería reflejarse en mi cabello y sacarle esos reflejos rojizos que tanto me gustan. Los hombres me mirarían e incluso alguno se volvería a mi paso, pero hoy no ocurre eso. Mejor. Los hombres y las mujeres se apartan de mi lado, se alejan y me miran de reojo, algunos con asco. Asco. Repulsión es lo que yo siento, aversión hacia mi persona y aborrecimiento hacía las personas que consiguieron crear en mí ese sentimiento.

Maldigo mi ingenuidad y les maldigo a ellos una y otra vez. Les odio y me desprecio. No puedo llorar, no me quedan lágrimas. Las gasté ayer cuando lloraba y suplicaba, cuando pedía que me dejaran, que no quería, cuando me retorcía salvaje y cuando acabe sumisa, cansada de golpes. No tuvieron piedad, se reían de mis súplicas. Se excitaban cuando intentaba escapar, y confundieron mis gemidos de dolor, porque ya no podía ni hablar ni gritar, con los del placer.

¡Cobardes! ¡Malditos cobardes! Cuatro hombres contra una mujer. Me sujetaron y pegaron, mi ojo izquierdo se hinchó tanto que no sé si está ahí. Golpearon mi vientre y mis piernas. Me mordieron. No quiero recordar, pero las imágenes se suceden una y otra vez en mi mente. Y no puedo llorar. No puedo.

Encima, el maldito sabor a sangre y semen me invade la boca. Escupo. Eso hace que los viandantes se alejen más de mi persona. ¿Por qué nadie me ayuda?

Otra vez esa imagen de ellos profanando mi cuerpo vuelve a mi cabeza. Lloraba cuando tiraron tan bruscamente de mi pelo para que abriera la boca que grité, provocando su risa, uno de ellos intentó penetrarme entonces por ahí. La cerré con fuerza, por lo que me gané un bofetón que me hizo sangrar la nariz y el labio. Nuevo tirón de pelo. No puedo más, uno de ellos me ha abierto las piernas y se vacía en mí mientras otro sujeta mi pelo, tirando de vez en cuando, para que su amigo haga lo mismo en mi boca. Dejo de luchar. Ni siquiera quiero vivir, deseo la muerte. ¡Qué más da ya! El dolor me hace gemir, ya no puedo gritar.

- ¿Ves cómo te gusta, zorrita?- escucho en la lejanía junto a sus risas y jaleos.

El sabor a semen, sangre y mocos, mezclados con las lágrimas me dan arcadas. Nuevamente me golpean por mala puta, por no querer tragar. Entonces me invade la oscuridad. Afortunadamente.

Despierto tirada en la calle, entre bolsas de basura. Así me siento, una auténtica basura. Mi ropa está desgarrada, sucia, cubierta de costras de sangre seca, igual que mi cuerpo. Me duele todo. Después de un tiempo consigo levantarme. Debo de llegar a casa. Tengo que llegar a mi hogar. Arreglo mi vestimenta lo mejor que puedo, aunque por mucho que me tape me siento desnuda. Desnuda y sucia.

Salgo del callejón que lleva a la avenida y camino provocando el desprecio de aquel que me ve. No puedo más, no puedo más. Intento suplicar, pero no puedo más. Nuevamente la oscuridad me abraza.

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