Por
fin el sábado está aquí, la semana ha sido demasiado cansada y estresada,
todavía no sabe cómo consiguió terminarla.
Gira
la cabeza sobre el lado derecho y mira el reloj despertador, pronto darán las
9:00.
Afuera
el día parece asomarse bueno, el mes de octubre promete no dar paso al otoño.
Vuelve
a girarse sobre el lado izquierdo con intención de dormir otro rato, pero ya el
sueño se ha ido. Será mejor sacar los pies fuera de la cama, descalza camina
hacia la cocina, enciende la cafetera y coloca una taza debajo del dispensador,
mientras el oro líquido – que la mantendrá con energía durante la mañana – cae
con lentitud dentro vuelve sobre sus pasos y se cepilla los dientes después de
recoger el pelo en una cola alta.
Una
hora más tarde saca del armario ropa de correr y sale a la calle en dirección
al bosque. Le gusta correr por esa zona, los árboles ocultan los rayos fuertes
del Sol y la frescura del río favorecen el paseo y la carrera.
Dos
kilómetros de recorrido más tarde el paseo fluvial termina para dar paso al
centro de la civilización.
Unos
estiramientos, un buen trago de agua y la carrera se reanuda en dirección
contraria. A mitad del camino un tirón en la pierna derecha hace que de pronto
tenga que sentarse en uno de los bancos situados a lo largo del camino del río.
—¿Todo
bien? —le pregunta un corredor parándose frente a ella mientras se quita los
auriculares.
—Nada
importante —responde ella con sonrisa de agradecimiento escondida detrás del
dolor producido— un simple tirón.
—Tu
cara no revela lo mismo, déjame ayudarte.
El
recién llegado desata los cordones de la zapatilla para quitársela y libera el
pie del calcetín, con manos expertas comienza un masaje que sube desde el
tobillo hasta la rodilla haciendo que la pierna femenina se vaya relajando.
—Me
llamo Héctor.
—Yo
soy Lucía.
—Lo sé
—responde él sin mirarla.
—¿Lo
sabes?, ¿Nos conocemos?
—Digamos
que nadie nos ha presentado, pero juega a mi favor la buena memoria.
—Pues
la mala juega en mi contra.
—Esto
ya está —responde Héctor cogiendo el calcetín que está dentro de la zapatilla—
debes tener cuidado al hacer los estiramientos.
—Gracias,
ya la hago yo —responde Lucía a la vez que se apresura a calzarse ella misma.
Mientras
ata los cordones él se sienta a su lado.
—¿Por
qué sabes mi nombre?
—Los
dos coincidimos en el mismo gimnasio y escuché en más de una ocasión al
instructor decir tu nombre y recordarte lo que yo acabo de decirte.
—Vaya…
Se
pone de pie y se gira para dar las gracias y seguir su camino.
—Lamento
que hayas parado tu ritmo por mi culpa.
—Te
acepto un refresco a cambio.
La
chica se sonroja.
—¡Ay!,
lo lamento, no traigo dinero.
—En
esta ocasión te invito yo, pero queda pendiente la tuya. ¿Aceptas?
—Acepto.
A
ritmo de paseo comienzan a caminar al borde del río hasta llegar a la
carretera, una vez en el asfalto suben la empecinada cuesta, dejan atrás
algunas casas y finalmente llegan a una zona de bares y tiendas. Se quedan un
rato de pie en la terraza hasta que una de las mesas queda libre.
El
camarero pronto llega con las bebidas frías y en silencio se toman un buen trago.
—Realmente
soy muy despistada porque tampoco te he visto nunca por este bosque.
—Pues
que sepas que es mi lugar favorito para correr.
Dos
refrescos más tarde Lucía se sorprende a si misma invitando a su nuevo amigo a
comer.
—Los
sábados nunca cocino, es el único día de la semana que me lo paso de picoteo.
—¿Tu
sola?
—Depende,
unas veces sí y otras con alguna amiga.
—Dame
una hora para ducharme y paso a recogerte. ¿Aquí o prefieres vernos en otra
parte?
—Dentro
de una hora aquí está perfecto.
Héctor
la ve acercarse caminando hacia el bar donde han quedado. Su andar es muy
femenino, calza unos altos tacones que le impiden aligerar el paso, una falda
de tela fina se abre a sus pasos y el fino tirante de su blusa se empeña en
bajarse por el brazo dejando su hombro al descubierto y dándole un toque muy
sexy. La melena castaña va suelta y peinada informal. Apenas un poco de
maquillaje y los labios con brillo.
Deja
el asiento donde está sentado y se acerca para saludarla con dos besos en la
mejilla.
Mientras
se acerca ella tiene el tiempo justo para pasarle revisión a su aspecto.
Pantalón
de vestir, camisa ligera y mocasines en los pies. Recién afeitado y el cabello
peinado con gomina.
—¿Algún
sitio en especial?
—En el
centro hay un restaurante italiano que cocina unas lasañas de muerte. ¿Te gusta
la comida italiana?
—Me
parece una comida perfecta.
El
camino hasta el lugar elegido por Lucía está a unos treinta minutos caminando,
durante el trayecto los dos se ponen al día de los respectivos trabajos.
Los
dos trabajan en lo que les gusta, aunque ninguno de los dos vive para el
trabajo. Ambos están de acuerdo en que la vida debe vivirse lo mejor que se
pueda, disfrutar de ella es además de bonito, necesario.
Los
dos coinciden en que aquella pequeña ciudad es nueva para ellos, provienen de
grandes ciudades y haber recalado en un lugar más pequeño les alegra.
La
comida está excelente y los postres inmejorables.
—A
este delicioso manjar debemos hacerle la digestión caminando un rato, ¿estás de
acuerdo?
—Completamente
de acuerdo.
Caminan
sin rumbo fijo y acaban al lado de un parque donde unos pequeños juegan.
—¿Te
gustan los niños?
Ella
lo mira de reojo.
—Sí,
son el elixir de la vida, la continuación de nosotros.
La
siguiente respuesta deja a la mujer desencajada por la repentina sinceridad.
—A mi
mujer no le gustan.
—¿Estás
casado?
—Estoy
divorciándome.
—Lo
siento.
—Yo
no. No quiero pasar la vida al lado de una mujer que no quiera tener hijos.
—La
vida en pareja es mucho más que eso.
—La
vida en pareja es un conjunto de muchas cosas y entre ellas están los hijos.
Emprenden
el camino hasta llegar frente a un centro comercial.
—¿Te
arriesgas a cenar algo cocinado por mí?
—Si
cocinas tan bien como das los masajes debes de ser un excelente chef.
Héctor
la mira levantando una ceja y haciendo una mueca.
—Me
quedé en la rodilla, a medida que la mano sube soy aún mejor.
Sonrojada
entra en el supermercado.
—Disculpa
mi comentario de antes.
La
mira sonriendo. —¿Cuál comentario?
Empujando
un carrito de la compra Héctor va metiendo dentro pan, verduras, fruta… En la
sección de vinos coge una botella de blanco frio.
Con
las bolsas en la mano llegan a la calle.
—Hay
un problema —suelta de pronto el chico.
Ella
lo mira interrogativa.
—Yo
vivo en un hostal, no tengo cocina.
—¿Bromeas?
¿Qué hacemos ahora con todo esto?
—¿Me
prestas tu cocina?
Un
poco recelosa al principio por la inesperada propuesta acaba aceptando.
Mientras
Lucía abre la puerta Héctor carga con las bolsas y sigue a la dueña de la casa
hasta la cocina.
—¿Quiere
un delantal señor cocinero?
—Por
favor, que sean dos, señorita ayudante, no te salvarás —dice él con una sonrisa
preciosa.
—Voy
sacarme esta tortura de calzado, siéntete como en tu casa.
Mientras
camina por el pasillo puede escuchar como abre las alacenas de la cocina y coge
unos vasos, cuando regresa él le tiende uno con el vino que acaban de comprar.
—¿Por
qué brindamos?
—Por
una velada distinta —responde Héctor.
Beben
de sus respectivos vasos sin dejar de mirarse a los ojos, sin un roce se tocan
el alma.
Con
destreza las verduras pasan de la bolsa a la olla; mientras ella pela las
frutas para convertirlas en una saludable ensalada él pasa los filetes de
pescado por la sartén. En algún momento uno de los dos puso música y las
conversaciones giran en torno a los gustos musicales, de películas e incluso de
libros.
—Reconozco
que ha sido una velada maravillosa —asegura ella.
—Diferente…
—¿Diferente
a qué?
—A
cualquiera otra noche.
—Las
mías son todas iguales.
—¿Sigues
queriendo saber cómo terminan mis masajes?
En
silencio lo guía hasta su habitación, no fueron necesarias las palabras
bastaron los besos de él para llevarla al más profundo de los deseos, cada
caricia despierta algo distinto de lo que nunca ha sentido antes; las ropas son
despojadas y tiradas sin orden.
No se
escuchaba en toda la estancia otro sonido que los quejidos salidos de sus
bocas, quejidos de deseo y pasión.
El
amanecer sorprende a Lucía con un rayo de Sol entrando por la ventana,
somnolienta se incorpora en la cama, es entonces cuando ve la nota, sin
comprender desdobla el papel.
“Querida
y amada Lucía, el día y la noche de ayer han sido las mejores horas de mi vida.
Ojalá tuviera tiempo para poder estar siempre a tu lado y convertirte en la
madre de mis hijos.
Pero
el destino ha querido que mi paso por este mundo sea corto.
Gracias
por darme este maravilloso regalo antes de despedir lo terrenal y perdóname por
haberte utilizado, te convertiste en el amor de mi vida desde el día que te
conocí y no podía irme sin tenerte entre mis brazos.
Cuando
leas esto ya estaré lejos, rumbo a donde pasaré los pocos días que me quedan.
Hasta siempre amada mía.”
FIN
0 Reviews
¡Saludos! Les doy la bienvenida a mi espacio literario. ¡No sean tímidos, pueden encontrar varias secciones! Antes de irte, recuerda dejarnos un comentario y compartir nuestro espacio.