Estoy muy contenta. Mis papás han decido
llevarme a dar un paseo en un barco cerca del alto Golfo de California. ¡Estoy
tan contenta que doy saltitos por toda la casa.
Nunca he montado en barco. ¡Quizá me
maree!
— ¡Mamá! ¿Me llevo una bolsa por si
tengo que vomitar?
Mamá no me contesta, me mira y se ríe.
Eso me enfada, pero me dura poco porque nuevamente vuelvo a pensar en que seré
una bucanera y recorreré los mares en busca de tesoros perdidos.
— ¡Mamá! ¿Puedo llevarme mi sombrero
pirata?
— Sí, Manuela, pero no te olvides de
echarte crema solar también.
— Sí, mamá.
Corro escaleras arriba y cojo mi
precioso gorro pirata del disfraz de carnaval.
— ¡Mamá! ¿Puedo ponerme el disfraz
entero?
— No, Manuela. Venga date prisa o
llegaremos tarde y no podremos navegar.
Papá asoma la cabeza por la puerta y me
mira divertido.
— ¡Vamos, Barba Negra!
— ¡Papá, soy una chica! ¡Soy Mary Read!
— Claro, lo que quieras. ¡Vámonos!
Bajo a saltos por la escalera y a saltos
monto en el coche. El camino se me hace eterno.
— Cuando lleguemos se habrá ido el barco
– Protesto.
— No se habrá ido. – Me responde mamá
con infinita paciencia por décima vez.
Papá ríe.
— ¡Cálmate! Ya hemos llegado.
Es verdad, frente a mi se encuentra un
puerto con algunos barcos turísticos. Algunos de ellos hacen excursiones a las
islas.
— ¡Vamos a por los pasajes!
Corro hasta la caseta y la chica me entrega
los billetes con los que subo a un barco, el capitán me dice que es un
catamarán. Estoy un poco decepcionada, pensaba que viajaría en un barco como los
de los piratas, pero pronto se me pasa cuando nos ponemos en marcha y las olas
hacen que la embarcación salte sobre ella, para poco después cambiar a una
marcha más tranquila.
A lo lejos divisamos unas ballenas
azules. Me sujeto del brazo de mi papá, son enormes si se acercan a nosotros
podrían hundir el barco. De pronto no me siento tan contenta y deseo volver a
tierra.
— Tranquila –dice papá acariciando mi
pelo. – No va a pasar nada, todo está bien.
Las ballenas se alejan mar adentro y
nuestra embarcación se dirige a la costa.
Vemos algunas islas e islotes. El
capitán me invita a pasar al puesto de mandos y me explica que esta zona está
declarada como reserva y es patrimonio natural y cultural de valor universal.
Incluso muchos científicos estudian aquí, usan estas aguas como laboratorio
para estudiar las especies.
— ¿Sabes que hay ochocientas noventa
especies de peces aquí y que unas noventa son exclusivas de este lugar?
— ¿De verdad?
— Sí, ahora vamos a dirigirnos hacía el
delta del río Colorado y luego ya regresaremos al puerto. Aquí las aguas son
más bajas y más turbias.
— ¡Oh, mira! Un delfín.
El capitán para el barco de inmediato y
pide silencio a los viajeros. Todos observamos al pequeño delfín.
— ¿Es una cría aún? – pregunto en un
susurro.
— No, Manuela. Somos afortunados. Es una
vaquita marina. Mira, no tiene el hocico alargado como los delfines, aunque
pertenecen a la misma familia. También tiene como unas manchas negras alrededor
de los ojos, y aunque esta es gris, puede tener un color rojizo también.
— Sí, parece que tiene labios. Es muy
bonita.
Rápidamente se sumerge aunque aparece
unos metros después y vuelve a desaparecer.
— Las vaquitas marinas, son pequeñas
marsopas, como mucho miden un metro y medio y no pesan más de cincuenta kilos
No suelen dejarse ver, ¿sabes que además es una especie endémica?
— ¡Qué pequeñas! Son casi como yo. No sé
lo que es una especie endémica
— Una especie endémica es una especie que
vive en un solo lugar. Lo triste es que está en peligro de extinción.
— ¿De verdad?
— Sí, tristemente solo quedan unos treinta
ejemplares, por lo que su preservación es muy importante. En el año dos mil
había unos trescientos ejemplares.
— Pero yo no quiero que desaparezcan
–digo con tristeza.
— Ya lo sé, Manuela. Por eso el gobierno
ha creado una especie de santuario para que puedan vivir tranquilas y
reproducirse sin que sean atacados por pescadores. Allí pueden comer truchas y
peces similares.
— Si las vaquitas marinas son como los
delfines, son mamíferos.
— Efectivamente son mamíferos y suelen
tener una cría cada dos años a la que amamantan durante unos ocho meses.
— ¿puedes contarme algo más?
— ¿Sabes que como son tan tímidos hasta
mil novecientos cincuenta y ocho no se supo que existían? Y que pueden vivir
hasta veinte años si están sanas. Bueno, creo que ya no va a aparecer. Así que
volveremos al puerto.
Me quedo mirando el lugar donde ha
aparecido, con tristeza. Espero que ese santuario sea suficiente para que no
desaparezcan de nuestro mundo.
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