El día que te tuve en mis brazos fue lo más hermoso, eras tan frágil como una hoja amarillenta, tierno como el lucero del alba y endemoniadamente perfecto para tu madre.
Escuche tu
llamado, al oír ferozmente tu llanto que pedía mis brazos, acurrucado entre
ellos, te perdiste en el vaivén de mis movimientos. Entonces te observé
detalladamente y al comprender el regalo que dios me ha proporcionado unas
lágrimas de felicidad, recorrieron mis mejillas sonrojadas.
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